Catequesis del miércoles del Papa Francisco
A través de los Sacramentos de la
iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, el hombre
recibe la vida nueva en Cristo. Ahora, todos lo sabemos, esta vida, la llevamos
“en vasos de barro” (2 Cor 4,7), estamos
todavía sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la muerte y, a causa del
pecado, podemos incluso perder la nueva vida. Por esto, Jesús, ha querido que
la Iglesia continúe su obra de salvación con el Sacramento de la Reconciliación
y el de la Unción de los enfermos, que pueden estar unidos bajo el nombre de
“Sacramentos de sanación”. Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: sanarme
el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien.
El perdón de
nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos: yo no puedo
decir: “Yo me perdono los pecados”; el perdón se pide, se pide a otro, y en la
Confesión pedimos perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos,
sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos colma de la abundancia de
la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón abierto del
Cristo crucificado y resucitado. En el tiempo, la celebración de este
Sacramento ha pasado de una forma pública a una personal, a aquella forma reservada de
la Confesión. Pero esto no debe hacer perder la matriz eclesial, que constituye
el contexto vital. En efecto, es la comunidad cristiana el lugar en el cual se
hace presente el Espíritu, el cual renueva los corazones en el amor de Dios y
hace de todos los hermanos una sola cosa, en Cristo Jesús. No basta pedir
perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es
necesario confesar humilde y confiadamente los propios pecados al ministro de
la Iglesia. En la celebración de este Sacramento, el sacerdote no representa
solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de
cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se
reconcilia con Él, que lo alienta
y lo acompaña
en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Alguno puede
decir: “Yo me confieso solamente con Dios”. Sí, tú puedes decir a Dios:
“Perdóname”, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra
nuestros hermanos, contra la Iglesia y por ello es necesario pedir perdón a la
Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote. “Pero, padre, ¡me da
vergüenza!”. También la vergüenza es buena, es ‘salud’ tener un poco de
vergüenza. Nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor
y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona.
¿Cuándo ha
sido la última vez que te has confesado?¿Dos días, dos semanas, dos años,
veinte, cuarenta? Si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día más! Ve
hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí. Y Jesús es más
bueno que los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con tanto amor. Sé valiente,
y adelante con la Confesión.
Celebrar el
Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un abrazo
afectuoso de la infinita misericordia del Padre. Recordemos la Parábola del
hijo que se fue de casa con el dinero de su herencia, despilfarró todo el
dinero y luego, cuando ya no tenía nada, decidió regresar a casa, pero no como
hijo, sino como siervo. Tanta culpa había en su corazón, y tanta vergüenza. Y
la sorpresa fue que cuando comenzó a hablar y a pedir perdón, el Padre no lo
dejó hablar: ¡lo abrazó, lo besó e hizo una fiesta!¡Cada vez que nos
confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta!
Llamado por Ucrania; Con ánimo preocupado sigo todo lo que en
estos días está sucediendo en Kiev. Aseguro
mi cercanía al pueblo ucranio y rezo por las víctimas de las violencias, por
sus familiares y por los heridos. Invito a todas las partes a cesar todo tipo
de violencia y a buscar la concordia y la paz en el País.
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