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En virtud del Bautismo nosotros nos transformamos
en discípulos misioneros, llamados a llevar el Evangelio en el mundo Cada
bautizado, cualquiera sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de
su fe, es un sujeto activo de evangelización. El Pueblo de Dios es un Pueblo
discípulo, porque recibe la fe, y misionero, porque transmite la fe. Todos en
la Iglesia somos discípulos y lo somos siempre, por toda la vida; y todos somos
misioneros. Todos: el más pequeño es también misionero y aquel que parece más
grande es discípulo.
Ustedes dirán: "Padre, los obispos no son
discípulos, ellos saben todo. El Papa sabe todo, no es discípulo". También
los obispos y el Papa deben ser discípulos, porque si no lo son, no hacen el
bien y no pueden transmitir la fe. Todos nosotros: ¡discípulos y misioneros!
Recibiendo la fe y el bautismo, acogemos la acción del Espíritu Santo que conduce a confesar a Jesucristo como Hijo de Dios y a llamar Dios “Abbá” (Padre). Todos los bautizados y las bautizadas estamos llamados a vivir y a transmitir la comunión con la Trinidad, porque la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria. Nadie se salva solo. Somos comunidad de creyentes, y en esta comunidad experimentamos la belleza de compartir la experiencia de un amor que nos precede a todos, pero que al mismo tiempo nos pide que seamos “canales” de la gracia los unos por los otros, no obstante nuestros límites y nuestros pecados. La dimensión comunitaria no es sólo un “marco”, sino que es parte integrante de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización
La fe cristiana nace y vive en la Iglesia, y en el
Bautismo las familias y las parroquias celebran la incorporación de un nuevo
miembro a Cristo y a su cuerpo, que es la Iglesia
A propósito de la importancia del Bautismo para el
Pueblo de Dios, es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón.
Aquella comunidad sufrió una dura persecución a comienzos del siglo XVII con
numerosos mártires. Los miembros del
clero fueron expulsados y millares de fieles fueron asesinados. La comunidad se
retiró a la clandestinidad, conservando la fe y la oración en el
ocultamiento. Cuando nacía un niño, el
papá o la mamá lo bautizaban, porque todos nosotros podemos bautizar. Cuando después de
aproximadamente dos siglos y medio los misioneros volvieron a Japón, millares
de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer. ¡Habían
sobrevivido con la gracia de su Bautismo! Habían mantenido, aún en secreto, un fuerte
espíritu comunitario, porque el Bautismo los había hecho transformar en un sólo
cuerpo en Cristo: estaban aislados y escondidos, pero eran siempre miembros de
la Iglesia. ¡Podemos aprender tanto de esta historia!
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