sábado, 18 de enero de 2014

Papa Francisco: audiencia general del miércoles 15 de enero


 
En virtud del Bautismo nosotros nos transformamos en discípulos misioneros, llamados a llevar el Evangelio en el mundo Cada bautizado, cualquiera sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización. El Pueblo de Dios es un Pueblo discípulo, porque recibe la fe, y misionero, porque transmite la fe. Todos en la Iglesia somos discípulos y lo somos siempre, por toda la vida; y todos somos misioneros. Todos: el más pequeño es también misionero y aquel que parece más grande es discípulo.
Ustedes dirán: "Padre, los obispos no son discípulos, ellos saben todo. El Papa sabe todo, no es discípulo". También los obispos y el Papa deben ser discípulos, porque si no lo son, no hacen el bien y no pueden transmitir la fe. Todos nosotros: ¡discípulos y misioneros!

Recibiendo la fe y el bautismo, acogemos la acción del Espíritu Santo que conduce a confesar a Jesucristo como Hijo de Dios y a llamar Dios “Abbá” (Padre). Todos los bautizados y las bautizadas estamos llamados a vivir y a transmitir la comunión con la Trinidad, porque la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria. Nadie se salva solo. Somos comunidad de creyentes, y en esta comunidad experimentamos la belleza de compartir la experiencia de un amor que nos precede a todos, pero que al mismo tiempo nos pide que seamos “canales” de la gracia los unos por los otros, no obstante nuestros límites y nuestros pecados. La dimensión comunitaria no es sólo un “marco”, sino que es parte integrante de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización
La fe cristiana nace y vive en la Iglesia, y en el Bautismo las familias y las parroquias celebran la incorporación de un nuevo miembro a Cristo y a su cuerpo, que es la Iglesia

A propósito de la importancia del Bautismo para el Pueblo de Dios, es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón. Aquella comunidad sufrió una dura persecución a comienzos del siglo XVII con numerosos mártires.  Los miembros del clero fueron expulsados y millares de fieles fueron asesinados. La comunidad se retiró a la clandestinidad, conservando la fe y la oración en el ocultamiento.  Cuando nacía un niño, el papá o la mamá lo bautizaban, porque todos nosotros podemos bautizar. Cuando después de aproximadamente dos siglos y medio los misioneros volvieron a Japón, millares de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo!  Habían mantenido, aún en secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había hecho transformar en un sólo cuerpo en Cristo: estaban aislados y escondidos, pero eran siempre miembros de la Iglesia. ¡Podemos aprender tanto de esta historia!



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