Catequesis del Papa del miércoles 18 de
diciembre:
Queridos hermanos y
hermanas: Cercanos ya a la Navidad, les propongo hoy una reflexión sobre el
nacimiento de Jesús como expresión de la confianza de Dios en el hombre y
fundamento de la esperanza del hombre en Dios.
El Verbo no se ha encarnado en un mundo ideal, sino que ha querido compartir nuestras alegrías y sufrimientos, y demostrarnos así que Dios se ha puesto de parte de los hombres, con su amor real y concreto. Y este amor, que enardece nuestro corazón, nos «regala» una energía espiritual que nos sostiene en medio de las luchas y fatigas de cada día. De la gozosa contemplación del misterio del Hijo de Dios hecho carne, se desprenden dos consecuencias:
El Verbo no se ha encarnado en un mundo ideal, sino que ha querido compartir nuestras alegrías y sufrimientos, y demostrarnos así que Dios se ha puesto de parte de los hombres, con su amor real y concreto. Y este amor, que enardece nuestro corazón, nos «regala» una energía espiritual que nos sostiene en medio de las luchas y fatigas de cada día. De la gozosa contemplación del misterio del Hijo de Dios hecho carne, se desprenden dos consecuencias:
La primera es que,
en su natividad, Dios se abaja, se hace pequeño y pobre. Por eso, si queremos
ser como Él, no podemos situarnos por encima de los demás, sino que hemos de
ponernos a su servicio, ser solidarios, especialmente con los más débiles y
marginados, haciéndoles sentir así la cercanía de Dios mismo. La segunda: ya
que Jesús, en su encarnación, se ha comprometido con los hombres hasta el punto
de hacerse uno de nosotros, el trato que damos a nuestros hermanos o hermanas
se lo estamos dando al mismo Jesús.
«Quien no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios, a a quien no ve»(1 Jn 4,20).
Que en esta Navidad,
el amor, la bondad y la generosidad entre todos sean un reflejo y una
prolongación de la luz de Jesús, que desde la gruta de Belén ilumina nuestros
corazones.
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