viernes, 8 de noviembre de 2013

Angelus del día de Todos los Santos en la Plaza de San Pedro
La meta de nuestra existencia no es la muerte, ¡es el Paraíso! Los Santos, los amigos de Dios, nos aseguran que esta promesa no decepciona. En su existencia terrena, han vivido en comunión profunda con Dios. En el rostro de los hermanos más pequeños y despreciados han visto el rostro de Dios, y ahora lo contemplan cara a cara en su belleza gloriosa.

Los Santos no son superhombres, ni han nacido perfectos. Son como nosotros, como cada uno de nosotros, son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo han vivido una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. 
Pero ¿qué ha cambiado su vida? Cuando han conocido el amor de Dios, lo han seguido con todo el corazón, sin condiciones o hipocresías; han gastado su vida al servicio de los demás, han soportado sufrimientos y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con el bien, difundiendo alegría y paz.
Ser Santos no es un privilegio de pocos, como si alguno hubiera recibido una gran herencia. Todos nosotros tenemos la herencia de poder llegar a ser Santos en el Bautismo. Es una vocación para todos. Por tanto, todos estamos llamados a caminar por la vía de la santidad, y tiene un rostro: el rostro de Jesús. Él nos enseña a llegar a ser Santos. Jesucristo, Él en el Evangelio nos muestra el camino: el de las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5, 1-12). En efecto, el Reino de los cielos es para cuantos no ponen su seguridad en las cosas, sino en el amor de Dios; para cuantos tienen un corazón sencillo, humilde, no presumen ser justos y no juzgan a los demás, cuantos saben sufrir con quien sufre y alegrarse con quien se alegra, no son violentos sino misericordiosos y tratan de ser artífices de reconciliación y de paz. Los Santos nos dicen: ¡confíen en el Señor, porque Él no decepciona! ¡El Señor no decepciona jamás! Es un buen amigo. Con su testimonio los Santos nos animan a no tener miedo de ir contracorriente o de ser incomprendidos cuando hablamos de Él y del Evangelio; nos demuestran con su vida que quien permanece fiel a Dios y a su Palabra experimenta ya en esta tierra el consuelo de su amor, y después el “céntuplo” en la eternidad.

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