Los que contemplaban
aquel espectáculo, autoridades y pueblo, “hacían muecas a Jesús, diciendo: a
otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el
Elegido”. Nos cuenta S. Lucas que “se burlaban de él también los soldados,
ofreciéndole vinagre y diciendo: si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti
mismo”.
Cuando no se tiene fe,
es difícil ver al Mesías en un hombre azotado y crucificado. Pero desde la fe,
sabemos que Jesús en la cruz se muestra más rey que en ningún otro sitio. La
cruz es el trono del Señor; su corona, de espinas.
Jesús es un rey muy
diferente a los que acostumbramos a ver. Su reino es de paz, misericordia,
justicia, vida y verdad; un reino que no es de este mundo, y que no tendrá fin.
El rey Jesús nos muestra
que Dios actúa desde la debilidad, y no por la fuerza. Qué bien supo entender
esto el buen ladrón, crucificado junto a Jesús, cuando le dijo “Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro:
hoy estarás conmigo en el paraíso”. A ese paraíso también nos invita el Señor,
pero antes nos pide que colaboremos con Él en la obra de la salvación. Que hoy,
más que nunca, recemos con fuerza aquellas palabras del Padrenuestro: ¡Venga a
nosotros tu Reino! ¡Hagamos que Dios reine en nuestro mundo, porque reina en tu
vida y en la mía!
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